Hacía rato que mi amigo hablaba doctamente y para cerrar su exposición ─quizá por énfasis, o quizá para devolvernos a la secular mesa de café que venía soportando sus estudiosos conceptos, rubricados a golpes de puño; o quizá como anticipación de su vianda─ sentenció:
─¡Es la verdad de la milanesa!
─¿La verdad de qué?
─La verdad de la milanesa
─¿De qué milanesa?
─De ninguna. Es un dicho.
─Sí ya sé, pero ¿cómo será la verdad de una milanesa?
─No tengo la menor idea.
─ ... ¿Cúal será la verdad de la milanesa?
─ El meollo del asunto.
─ ¿El quid de la cuestión?
─ Ajá.
─ Pero qué raro, ¿no?
─ Es una forma de decir, una frase hecha.
─ Bueno sí, pero sigue siendo raro.
Y entonces irrumpió en la escena el mozo con la profética milanesa ─en esta ocasión napolitana─ que mi amigo devolvió inmediatamente por estar dura como un zapato.
─¡Es la verdad de la milanesa!
─¿La verdad de qué?
─La verdad de la milanesa
─¿De qué milanesa?
─De ninguna. Es un dicho.
─Sí ya sé, pero ¿cómo será la verdad de una milanesa?
─No tengo la menor idea.
─ ... ¿Cúal será la verdad de la milanesa?
─ El meollo del asunto.
─ ¿El quid de la cuestión?
─ Ajá.
─ Pero qué raro, ¿no?
─ Es una forma de decir, una frase hecha.
─ Bueno sí, pero sigue siendo raro.
Y entonces irrumpió en la escena el mozo con la profética milanesa ─en esta ocasión napolitana─ que mi amigo devolvió inmediatamente por estar dura como un zapato.
11 Comments:
Una vez escuchaba al embajador italiano en Argentina mientras le hacían una entrevista en la televisión. Contó cuantos campos se compró en la Patagonia y cuan enamorado estaba de este precioso país.
Cuando llegó el momento de comentar su libro, que pertinentemente mostraba a cámara, explicó que este contenía una de sus más profundas reflexiones. Decía este buen hombre que uno de los más grandes méritos argentinos había sido unir en una sola cosa a los napolitanos y a los milaneses, cosa aparentemente imposible en su país. No hace falta aclarar que este prodigio se logró mediante la maravillosa milanesa napolitana.
Ahora bien: ¿Seremos la nación que se eleva por sobre todas las demás por el increible mérito de haber unido a los napolitanos, los milaneses y a la verdad en el mismo objeto?
¿Qué duda cabe, Matías? Por eso y por habernos olvidado con inocente alquimia la leche al fuego para producir dulce de leche.
marche una con fritas,
Una milanesa dura como una suela sería un caso paradigmático de "la mentira de la milanesa".
Yo creo que esta todo muy sacado de contesto. Mataria saber sobre lo que estaba debatiendo antes de redondear con la frase. Igualmente hay que aclarar que el muchacho peco mal. Una milanesa nunca es una comida fea para no comer. Y si es a la napolitana menos.
Yo creo que la verdad de la milanesa la tiene "La Farola". Es claro.
Perdón... pero "el meollo"? Qué es el meollo?
Malizia: Una suprema para mí.
Minerva: Y una milanesa falaz es aquella a la que se le sale el pan rallado.
Pablo. Ne recuerdo de qué hablaba y supongo que si le pregunto a mí amigo el tampoco se acordará; no parecía estar muy atento a lo que decía.
Bestiaria: La de la farola es una verdad de perogrullo.
Jack: El meollo también se come; nuestros oblicuos ancestros hacían saltar el hueso con una paleolítica piedra para devorarlo golosamente.
¿Pero en qué lenguaje bárbaro se expresa Ud.? Eso, señor mío, es el caracú. Deje de galleguizar, hágame el favor, esa es la verdad de la milanesa.
Jack:
"Caracú" logra la improbable hazaña de de ser una palabra más fea que "meollo". Quedémonos con "médula", mejor.
Yo descubrí algo. Pasá por mi blog y descubrí el oxímoron de la milanesa.
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