lunes, diciembre 18, 2006

Arthur Flegenheimer, el holandés Schultz, fue un matón rudimentario durante su vida en la Nueva York de los años locos y la depresión. Durante el afiebrado sueño de su último día, también fue, quizás, un poeta.
Nació en 1902, en el Bronx, de una familia de origen judeo-alemán. Tan temprano como 1916, contaba con experiencia en la mafia y la cárcel y, para 1928, ya regía su propio negocio de contrabando.
Poco tiempo después, Schultz añadía a su curriculum el lucrativo oficio de cobrar tributo a los bares clandestinos. La mayoría de los dueños de los bares cumplían puntualmente; pero uno quiso resistirle. Entonces Schultz lo hizo secuestrar, lo colgó por los pulgares de un gancho matarife y le restregó gasas embebidas en infecciones de gonorrea.
Ya dominaba Harlem cuando un secuaz suyo, Perro Loco Coll, formó su propia banda de gangsters y lo enfrentó. Schultz se amparó en un burdel y lo hizo seguir noche y día. Una tarde, mientras Coll hablaba por teléfono, tres asesinos rodearon la cabina con ametralladoras y le dispararon hasta cortarlo en dos.
En otra ocasión, tras enterarse de que su contador le robaba, Schultz lo invitó a tomar unas copas y, en un instante, sacó un revólver de entre su chaleco, lo puso en la boca del contador y le voló la cabeza. Pero el brusco asesinato no había logrado sosegar su furia intoxicada, se empecinó aún con el cadáver y en una suerte de rabiosa ceremonia, le rasgó el pecho a puñaladas y le arrancó el corazón.
Su propio turno no tardó en llegar. La ráfaga de un asesino a sueldo lo encontró en el mingitorio de un bar, tratando torpemente de alcanzar su chuchillo, la única arma que llevaba. Todavía vivo, a Schultz le pareció indigno morir sobre el piso de un baño público, así que caminó atolondrado hasta una mesa y allí se desplomó. En el hospital, tres detectives lo interrogaron mientras las heridas, la morfina y la fiebre lo aniquilaban.
Estas son algunas de las extrañas, absurdas, acaso poéticas palabras que los detectives registraron:

Please make it quick; fast and furious; please... fast and furious. The glove will fit what I say...Oh, kayiyi, kayiyi! Well, then...Oh, Cocoa; No, Hoboe and Poboe I think I mean the same thing. See, George, if we wanted to break the ring. Oh, Oh, dog Biscuit, and when he is happy he doesn't get snappy. Oh, go ahead; that happens for crying; I don't want harmony; I want harmony. Oh, mamma, mamma, please don't tear; don't rip; that is something that shouldn't be spoke about. You can play jacks, and girls do that with a soft ball and do tricks with it. A boy has never wept...nor dashed a thousand kin. Mamma, mamma...oh, memory is gone.

Sus cuatro últimas palabras fueron French canadian bean soup y luego murió. Éstas palabras (y el resto de su discurso alucinado y moribundo -que se parece tanto o tan poco a quien fue-) son estudiadas en las universidades y provocaron obras de autores tan disímiles como Doctorow y William Burroughs.