jueves, diciembre 15, 2005

Cerrado por vacaciones hasta el 1/1/06.

sábado, diciembre 03, 2005

Mi amigo hablaba con gran originalidad sobre un tema fundamental y yo lo seguía con muchísimo interés porque, sin descontar la importancia del tema en sí, a mí mismo me había preocupado largo tiempo.
Con vigor, mi amigo apartaba toda anécdota y concentraba su razonamiento inflexible en el punto capital. En completo dominio de su arte, decía cosas esenciales sobre un tema esencial; y a mí me parecía estar frente a un profeta o a un taumaturgo, que dulcemente causaba en mi ánimo, la gradual perplejidad de la mayéutica.
Pero entonces, dijo «para siempre» y una salvaje digresión arrasó mi cerebro.
Me imaginé ese «para siempre» no de un par de años; ni siquiera de una completa vida humana; sino de miles y miles de años. De millones de años. De miles de millones, de millones de millones. Pero el tiempo no sólo avanzaba hacia un infinito futuro; avanzaba también, simúltaneamente, hacia un infinito pasado; y su velocidad, que al principio había transcurrido según la habitual sucesión de las horas, minutos y segundos; transcurría ahora en un instante. Un principio de horror empezó a invadirme; pero en seguida culminó porque el tiempo infinito dejó de promover ideas, sentimientos o imaginaciones. Había quedado absorto, como quien vuelve bruscamente a la vigilia; cuando mi amigo, que había hecho una pausa, retomó el hilo de su argumentación.

El tiempo ya nos destruyó, y mientras tanto, mi amigo habla y lo que dice es real y cierto; y yo siento realmente, la emoción estética de la verdad de lo que dice.