viernes, noviembre 25, 2005

De entre todas las cosas del mundo, el Santo Prepucio y sus avatares es, sin duda, una de las más curiosas.
Para sellar su pacto con Abraham, el Dios que era el que era, aquel del cual nada mayor podía pensarse, le exigió el módico prepucio de sus descendientes. Años después, con el fin de incluir a toda la humanidad, Dios Mismo decidió transfigurarse en su creación y redimirla. Por intermedio de un ángel, Se anunció a la madre elegida; luego Se inmiscuyó entre sus órganos, Se condensó en nervios, sangre, tendones, uñas, piel; y por último accedió al mundo en un establo de Belén.
Al octavo día, sufrió el rigor del pacto que habia impuesto. Una anciana que ofició de Mohel laceró el celeste capullo, lo sumergió en una pequeña redoma con aceite de nardo y lo entregó a su hijo, comerciante en perfumes, con la admonición de que no lo vendiera. Pero el jóven desobedeció a su madre; y el Santo Prepucio inició así su intrincado vagar por el mundo.
Al parecer, la primera en adquirirlo fue María Magdalena, que utilizó el aceite de la redoma para ungir los pies y la cabeza de Cristo. Luego de este episodio, la reliquia desapareció por mucho tiempo hasta que en el siglo IX, la emperatriz Irene de Bizancio lo entregó a Carlomagno como regalo de bodas. Carlomagno primero lo colocó en el altar de la iglesia de la Bendita Virgen María en Aquisgrán y más tarde, lo transfirió a Charroux. En el siglo XII, el Santo Prepucio fue llevado en procesión a Roma. Y en el silgo XIII se ostentaba en la iglesia de San Juan Laterano adosado a una cruz de oro con piedras preciosas. Algún tiempo después, no sin misterio, la sagrada reliquia volvía a extraviarse.


Además de sus andanzas seculares, el Santo Prepucio era un artículo de debate escolástico. A primera vista, puede parecer ridículo u obsceno el debate en torno a un prepucio; pero es sabido que el nombre decide la forma en que el objeto se presenta a la imaginación. Así, el «Praeputium Christi» no aludía al órgano genital, y mucho menos, al órgano genital en el enérgico lance sexual; era una abstracta diadema del Divino Verbo de Dios; un vestigio Suyo, que como tal, participaba de Su divinidad. Eso acarreaba problemas: según la ortodoxia, Cristo había ascendido en cuerpo y alma al Paraíso ¿pero podía asegurarse que lo había hecho íntegramente si le faltaba alguna de sus partes? Y ¿cuando los cuerpos fueran restituidos, antes del juicio final, el prepucio cristiano también sería restituido? La primera perplejidad no era diferente a la que suscitaba la sangre, las lágrimas o la orina que Jesús había derramado; o las uñas y los cabellos que le habían sido cortados; la solución regular era argüir que Dios podía enmendar milagrosamente cualquier cosa; lo cual no resolvía la cuestión, pero la cancelaba. En cuanto a la segunda, unos afirmaban que Cristo había adquirido un nuevo prepucio al ascender al cielo, y otros, que le sería devuelto cuando oficiara como Rex Gloriosus durante el juicio final. El erudito griego del siglo XVI, Leo Allatius, en su De Praeputio Domini Nostri Iesu Christi Diatriba (Discusión acerca del prepucio de nuestro señor Jesucristo), imaginaba que el prepucio había ascendido al mismo tiempo que Jesús y se había convertido en uno de los anillos de Saturno.
Por ser una partícula divina, el Santo Prepucio podía ocasionar milagros o propiciar arrebatos místicos. Su deleitoso aroma, por ejemplo, garantizaba un parto sencillo a la mujeres. Así, Enrique V de Inglaterra llevó la reliquia a su esposa Catalina de Valois, quien, con mucha desenvoltura, dio a luz a Enrique VI. La mística vienesa Sor Agnes Blannbekin solía comulgar prodigiosamente con el cuerpecillo; lo depositaba en su boca, dulce y pulposo, lo tragaba y de inmediato volvía a sentirlo sobre la lengua; el dulzor del Santo Prepucio se difundía, entonces, por todo su cuerpo, embriagándola en un puro éxtasis divino. Durante una de sus visiones, Santa Catalina de Siena ratificó su místico matrimonio con Jesucristo, con el Santo Prepucio a modo de alianza. Luego de su muerte en 1380, su dedo también fue exhibido como reliquia; los más piadosos juraban distinguir un anillo invisible que lo ceñía.
A principios del siglo XVI el Santo Prepucio reapareció; pero para entonces, ya no era uno sino muchos y una veintena de ciudades se disputaban su genuina posesión. Entre ellas: París, Brujas, Conques, Metz, Puy, Amberes, Nancy, Roma, Charroux, Besanson, Bolonia, Calcata, Hildesheim, Burgos, etc. En Charroux, incluso se creó ad hoc La Hermandad del Santo Prepucio con el fin de custodiarlo.
Hacia fin del siglo XIX, sin embargo, la política de la iglesia acerca del culto de las reliquias y en especial la del Santo Prepucio, se fue haciendo cada vez más adversa. El 3 de diciembre de 1900 La Sacra Congregación para la Doctrina de la Fe expidió el Decreto 37-A. Allí se declaraba que toda persona que hable, escriba o lea sobre el Santo Prepucio sería considerada despreciable aunque tolerada; pero que La Santa Sede se reservaba el derecho a excomulgar a quien lo hiciere en forma escandalosa o aberrante.
Así como la ambición de poseer una fracción de divinidad había multiplicado la más íntima de las reliquias de Cristo; su firme remoción de la ortodoxia, la condenó a una lenta declinación. Finalmente, en 1983 desapareció de la parroquia de Calcata el último ejemplar del Santo Prepucio, que se guardaba en una caja de zapatos.

lunes, noviembre 21, 2005

El día de la cumbre de Mar del Plata, fui a tomar el subte en Avenida de los Incas con valeroso ennui ¿Y a mí qué si salta todo por los aires?
Sabía que el servicio andaba con demora, así que no me irritó esperar más de 15 minutos. Cuando finalmente llegó y subí a la formación; una chica, que permanecía del viaje anterior, se inclinaba ingrávidamente sobre un libro, como revocando el mundo. Tronador. Inferí que muy probablemente había decidido ir hasta la terminal y volver, por temor a no viajar sentada, o que quizá hubiera equivocado la orientación y ahora estuviera deshaciendo el trayecto. Federico Lacroze. Dorrego. Saqué un libro y también me puse a leer. Cada tanto, un atisbo restituía a la sesgada lectora. Malabia. Angel Gallardo. Medrano. Imposible concentrarme en mi libro; me inquietaba más el otro. Carlos Gardel. Los intentos por descifrar autor o título fueron inútiles; la chica comprimía el libro de tal manera que ocultaba completamente el lomo. Pueyrredón. Pasteur. Callao. Uruguay. En un momento, sin embargo, al querer pasar la hoja, el libro respingó entre sus manos y pude indagar cuatro letras de la tapa: «Fedo». Es todo lo que vi porque en seguida lo volvió a acomodar. No puedo decir si esas cuatro letras correspondían al autor, al título o acaso a la editorial. Carlos Pellegrini. Florida. Alem.
Me bajé en Alem; pero la chica ni se movió. Las puertas se cerraron y el subte se perdió otra vez en la oscuridad del túnel.

viernes, noviembre 18, 2005

La jubilosa botella de champagne que estalla contra el casco del barco antes fue los cuerpos de esclavos que la quilla del barco aplastaba en su trayecto hacia el mar. ¡Debe haber sido una magnífica ceremonia! Los aullidos ante el inminente alfil de la proa, el brusco silencio punzó, el rumor de la espuma rosada.
Hoy, con altruismo severo, nos conformamos con su deslucida metáfora.

(Ad hoc quiero agregar que el hilo que guía la tenue botella hacia el armazón inexorable también es indicio de progreso civil. Durante los primeros ensayos, no existía tal hilo y no resultaba insólito que la mala puntería –o el impulso atávico- reiteradamente fuera a bautizar el cráneo de un inopinado espectador.)

miércoles, noviembre 16, 2005

No es necesario ser astrofísico para lidiar con infinitos tiempos. El tiempo cambia en el tiempo. Varía según a través de lo que fluya, igual que la luz al atravesar los cristales.
Existe un tiempo regido desde Greenwich, un tiempo a la velocidad de la luz, o que se distorsiona de acuerdo con la masa del objeto. El tiempo de la efímera, que no tiene boca porque vive menos de 24 horas y no necesita alimentarse, no es igual al de la sequoia, como no lo es el tiempo del hombre intenso y el del aburrido.
Hay un tiempo del corredor de bolsa, un tiempo del teólogo, un tiempo del historiador, un tiempo del geólogo. El tiempo del niño es diferente al del adulto; y ambos son diferentes al del anciano. La convalecencia y la espera tienen su peculiar tiempo.
Nuestra percepción del tiempo también ha cambiado con la historia. Al cabo de miles y miles de años, el viajero de Wells se encuentra con un mundo completamente diferente. Ahora, ese cambio nos resultaría verosímil en muchísimo menos tiempo.
Según la fábula medieval, una orquesta palaciega permanece encantada durante cien años y al romperse el hechizo, sus ropas están ligeramente pasadas de moda. Luego de dormir casi dos siglos, lo único que delata a los 7 durmientes de Éfeso es una antigua moneda con la que han pagado al panadero.

jueves, noviembre 10, 2005

Hacía rato que mi amigo hablaba doctamente y para cerrar su exposición ─quizá por énfasis, o quizá para devolvernos a la secular mesa de café que venía soportando sus estudiosos conceptos, rubricados a golpes de puño; o quizá como anticipación de su vianda─ sentenció:

─¡Es la verdad de la milanesa!
─¿La verdad de qué?
─La verdad de la milanesa
─¿De qué milanesa?
─De ninguna. Es un dicho.
─Sí ya sé, pero ¿cómo será la verdad de una milanesa?
─No tengo la menor idea.
─ ... ¿Cúal será la verdad de la milanesa?
─ El meollo del asunto.
─ ¿El quid de la cuestión?
─ Ajá.
─ Pero qué raro, ¿no?
─ Es una forma de decir, una frase hecha.
─ Bueno sí, pero sigue siendo raro.

Y entonces irrumpió en la escena el mozo con la profética milanesa ─en esta ocasión napolitana─ que mi amigo devolvió inmediatamente por estar dura como un zapato.

lunes, noviembre 07, 2005

En la sección de «ejercicios» de Introduction to phonetics, Christiane Bolton and Margaret Seidlholfer, Oxford university press, 1998; se lee el siguiente epígrafe intimidatorio:

«Then Jephthah gathered together all the men of Gilead, and fought with Ephraim: and the men of Gilead smote Ephraim, because they said, Ye Gileadites are fugitives of Ephraim among the Ephraimites, and among the Manassites. And the Gileadites took the passages of Jordan before the Ephraimites: and it was so, that when those Ephraimites which were escaped said, Let me go over; that the men of Gilead said unto him, Art thou an Ephraimite? If he said, Nay; Then said they unto him, Say now Shibboleth: and he said Sibboleth: for he could not frame to pronounce it right. Then they took him, and slew him at the passages of Jordan: and there fell at that time of the Ephraimites forty and two thousand.»

jueves, noviembre 03, 2005

Hoy no es Jueves, Noviembre 03, 2005. No son las 7: 45 PM. No soy Caudor.