De entre todas las cosas del mundo, el Santo Prepucio y sus avatares es, sin duda, una de las más curiosas.
Para sellar su pacto con Abraham, el Dios que era el que era, aquel del cual nada mayor podía pensarse, le exigió el módico prepucio de sus descendientes. Años después, con el fin de incluir a toda la humanidad, Dios Mismo decidió transfigurarse en su creación y redimirla. Por intermedio de un ángel, Se anunció a la madre elegida; luego Se inmiscuyó entre sus órganos, Se condensó en nervios, sangre, tendones, uñas, piel; y por último accedió al mundo en un establo de Belén.
Al octavo día, sufrió el rigor del pacto que habia impuesto. Una anciana que ofició de
Mohel laceró el celeste capullo, lo sumergió en una pequeña redoma con aceite de nardo y lo entregó a su hijo, comerciante en perfumes, con la admonición de que no lo vendiera. Pero el jóven desobedeció a su madre; y el Santo Prepucio inició así su intrincado vagar por el mundo.
Al parecer, la primera en adquirirlo fue María Magdalena, que utilizó el aceite de la redoma para ungir los pies y la cabeza de Cristo. Luego de este episodio, la reliquia desapareció por mucho tiempo hasta que en el siglo IX, la emperatriz Irene de Bizancio lo entregó a Carlomagno como regalo de bodas. Carlomagno primero lo colocó en el altar de la iglesia de la Bendita Virgen María en Aquisgrán y más tarde, lo transfirió a Charroux. En el siglo XII, el Santo Prepucio fue llevado en procesión a Roma. Y en el silgo XIII se ostentaba en la iglesia de San Juan Laterano adosado a una cruz de oro con piedras preciosas. Algún tiempo después, no sin misterio, la sagrada reliquia volvía a extraviarse.

Además de sus andanzas seculares, el Santo Prepucio era un artículo de debate escolástico. A primera vista, puede parecer ridículo u obsceno el debate en torno a un prepucio; pero es sabido que el nombre decide la forma en que el objeto se presenta a la imaginación. Así, el «
Praeputium Christi» no aludía al órgano genital, y mucho menos, al órgano genital en el enérgico lance sexual; era una abstracta diadema del Divino Verbo de Dios; un vestigio Suyo, que como tal, participaba de Su divinidad. Eso acarreaba problemas: según la ortodoxia, Cristo había ascendido en cuerpo y alma al Paraíso ¿pero podía asegurarse que lo había hecho íntegramente si le faltaba alguna de sus partes? Y ¿cuando los cuerpos fueran restituidos, antes del juicio final, el prepucio cristiano también sería restituido? La primera perplejidad no era diferente a la que suscitaba la sangre, las lágrimas o la orina que Jesús había derramado; o las uñas y los cabellos que le habían sido cortados; la solución regular era argüir que Dios podía enmendar milagrosamente cualquier cosa; lo cual no resolvía la cuestión, pero la cancelaba. En cuanto a la segunda, unos afirmaban que Cristo había adquirido un nuevo prepucio al ascender al cielo, y otros, que le sería devuelto cuando oficiara como
Rex Gloriosus durante el juicio final. El erudito griego del siglo XVI, Leo Allatius, en su
De Praeputio Domini Nostri Iesu Christi Diatriba (
Discusión acerca del prepucio de nuestro señor Jesucristo), imaginaba que el prepucio había ascendido al mismo tiempo que Jesús y se había convertido en uno de los anillos de Saturno.
Por ser una partícula divina, el Santo Prepucio podía ocasionar milagros o propiciar arrebatos místicos. Su deleitoso aroma, por ejemplo, garantizaba un parto sencillo a la mujeres. Así, Enrique V de Inglaterra llevó la reliquia a su esposa Catalina de Valois, quien, con mucha desenvoltura, dio a luz a Enrique VI. La mística vienesa Sor Agnes Blannbekin solía comulgar prodigiosamente con el cuerpecillo; lo depositaba en su boca, dulce y pulposo, lo tragaba y de inmediato volvía a sentirlo sobre la lengua; el dulzor del Santo Prepucio se difundía, entonces, por todo su cuerpo, embriagándola en un puro éxtasis divino. Durante una de sus visiones, Santa Catalina de Siena ratificó su místico matrimonio con Jesucristo, con el Santo Prepucio a modo de alianza. Luego de su muerte en 1380, su dedo también fue exhibido como reliquia; los más piadosos juraban distinguir un anillo invisible que lo ceñía.
A principios del siglo XVI el Santo Prepucio reapareció; pero para entonces, ya no era uno sino muchos y una veintena de ciudades se disputaban su genuina posesión. Entre ellas: París, Brujas, Conques, Metz, Puy, Amberes, Nancy, Roma, Charroux, Besanson, Bolonia, Calcata, Hildesheim, Burgos, etc. En Charroux, incluso se creó
ad hoc La Hermandad del Santo Prepucio con el fin de custodiarlo.
Hacia fin del siglo XIX, sin embargo, la política de la iglesia acerca del culto de las reliquias y en especial la del Santo Prepucio, se fue haciendo cada vez más adversa. El 3 de diciembre de 1900 La Sacra Congregación para la Doctrina de la Fe expidió el Decreto 37-A. Allí se declaraba que toda persona que hable, escriba o lea sobre el Santo Prepucio sería considerada despreciable aunque tolerada; pero que La Santa Sede se reservaba el derecho a excomulgar a quien lo hiciere en forma escandalosa o aberrante.
Así como la ambición de poseer una fracción de divinidad había multiplicado la más íntima de las reliquias de Cristo; su firme remoción de la ortodoxia, la condenó a una lenta declinación. Finalmente, en 1983 desapareció de la parroquia de Calcata el último ejemplar del Santo Prepucio, que se guardaba en una caja de zapatos.